Se desencajó de la noche, y me envió un estilete de luz que rielaba como la cola de un volantín, derecho hacia mi ventana.
Se sostuvo flotando, sobre un colchón de humo, producto de la hierba que el jardinero quemaba por las noches.
Por un momento pareció que me atacaría; consideré la idea que fuera un cometa, una roca, algo que era inverosímil ver suspendido en el aire.
Sentí que miraba, que me miraba.
Se hizo tal silencio que improvisé un diálogo mental, preguntándole quién era, qué era, por qué estaba ahí, como si pudiera trasmitirle mi lenguaje ordinario por el medio extraordinario del pensamiento, mientras comencé a sentirme yo mismo sorprendente, digno de ser observado.
Pero cuando comenzó a elevarse de nuevo, comprendí que se iba por no haber encontrado nada interesante.
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